jueves, 12 de abril de 2007

Todos a la moda...


¡Ah, la moda!

Todos, todos a la moda: la familia entera, el niño, los padres, la cuñada... todos, todos a esa fiesta de los placeres livianos del vestir, el parecer y el parecerse, todos a embriagarse en la superficialidad de las grandes superficies... a hacer un poco, quizás, lo que siempre se ha hecho: invertir parte del fruto de los esfuerzos del trabajo diario en elegancia, en prestigio social y, en definitiva, en amor del prójimo.

Será porque tenemos demasiado ego, o demasiado poco, pero qué enternecedores e ingenuos somos a veces los seres humanos, como niños pequeños: nos vamos tan seriamente hasta de tiendas, todo casi siempre para compensarnos y para gustarnos más a nosotros mismos y, creo yo, también para gustarnos delante de los demás, si no directamente para gustar a los demás. Sólo quiero querer y que me quieran, así somos todos.

* * *

Discursitos de los míos aparte, bienvenidos ya todos entonces a una tienda de moda, barata pero de moda, de calidad y con diseño propio pero barata, como tantas que hay en Europa, donde estuve hoy pero aquí en la China, entre otras cosas, observando al personal, en un edificio de la orgullosa Huaihai Lu (淮海路) donde se acaba de instalar una nueva empresa del negocio, dispuesta a probar la gigantesca fruta del mercado chino, ese del que tanto se habla, más que por las desigualdades flagrantes que dividen a la población del país, por el crecimiento de su macroeconomía... y, también, el crecimiento del poder adquisitivo de cada vez más familias acomodadas, sobre todo en las grandes ciudades entre las que Shanghai es, de nuevo, la perla.



Menudo circo habían montado, se habían traído hasta a una estrella de la música disco para hacer más ruido y llamar más la atención.



Unos grandes mercaderes suecos con los que hablé hoy, que llamaban a Shanghai la "París de Oriente", lo tenían muy claro, y decían que los chinos cada vez tienen más dinero y están más interesados en la moda -sea lo que sea lo que les vendan como la moda, como en todas partes, sólo que aquí me parece la gente joven especialmente receptiva a todo lo nuevo-. "Así que eso encaja perfectamente con nuestras intenciones de negocio", me vino a decir abiertamente: vamos, que ya están viendo llover el dinero en cuanto pase un poquito de tiempo.



Tal vez no es para menos. Impresiona bastante ver a la gente esperando a las puertas de un sitio y entrar, si le dejaran, en desbandada a arrasar con lo que puedan, como ocurre en nuestra tierra con las rebajas (sólo que aquí era sólo la apertura de una tienda).



Al cabo de un rato se podía encontrar entre las perchas a decenas de muchachas bonitas o decoradas -muy a la moda local-, que ya llevaban puesto, como si no quisiesen que se lo quitase nadie, cualquier accesorio: una gorra, una pulsera, unos collares, unas gafas de sol, todavía con la etiqueta puesta y sin pasar por caja.


Los simpáticos cajeros y cajeras de la céntrica tienda no daban abasto.



Entretanto, me daba apuro comprobar los excesos de artificiosidad que, como en niñas barrocas de catorce años, se colgaba la moda de moda por los cuerpos de muchachas de más de veinte: gorras de tamaño exagerado, faldas ajustadas, medias que en Occidente parecerían muy horteras, colores rosas y fuxias, rayas, brillantinas, maquillaje fuerte, bolsos grandes, charoles, destellos... pero sobre todo rosa, mucho color rosa, en esa mezcla entre infantil y apastelado que parece tan popular aquí entre las chicas.



No pondré fotografías de los casos más llamativos en que inocencia y sensual provocación desfilaron en la ropa de una sola persona durante mi visita a la tienda, que si lo ven los niños se reirían y me pedirían explicaciones, pero ahí comprende uno el éxito de marcas como Hello, Kitty, y la pasión que despiertan aquí tanto los peluches como cualquier criatura de animación que se les parezca.



Parte de lo que se lleva aquí en Shanghai, capital de la moda en el país sin diseño (o casi), consiste en ir de florecita o de pastel, rosa y suave por dentro, y rosa fuxia por dentro, como son las flores fuertes y como pienso que se quieren ver a sí mismas muchas de las mujeres de este país. Dulcísimas niñas por fuera, vivísimas y muy inteligentes mujeres por dentro. Es una mezcla de tradición, oriental, milenaria y machista, y modernidad, impaciente, impetuosoa y medio desorientada. Tal vez, todavía es algo pronto y aún no podría ser de otra manera.


También me impresiona bastante, aquí y en Pekín (aquí y en Madrid, debería decir mejor para expresar infinitud y lejanía), la facilidad que tienen las modas para calar en la gente, somos tan simbólicos que nos dejamos empapar por las ideas, y sin darnos cuenta se nos puede convencer con facilidad para unir los atributos con que relacionamos a una persona o a una cosa con un objeto tan trivial como una prenda de ropa.



Por ejemplo esta chica de aire concentrado y tímido, que sopesa unas gafas como las de Madonna, qué tal le quedarían, tal vez piensa, o si son caras, mientras parece contemplarla tan firme el icono. Me llama la atención la seguridad que transmite la personalidad que le atribuimos a Madonna, con su feminidad tan contundente y expresamente occidental, y cómo contrasta con la dulzura superficial de todas las jóvenes chinas que he conocido, del este y del norte, es algo que llevan tan dentro hasta mis amigas más duras menos... afeminadas, en el sentido chino, diría.
Me da tanto que pensar, quizá nuestro estado natural es ser un poco ovejitas, después de todo. No sé si es que nos gusta o que lo necesitamos para funcionar bien en grupo, pero si está tan de moda -en Occidente- eso de ser tú mismo, de ser diferene -igual de diferente que todo el mundo, pero sin llegar a ser raro ni extraño a los demás... - tal vez es precisamente por ese complejo tan profundo que en ocasiones tenemos.
En el fondo es parecido a como funcionan aquí las cosas, aunque tengo la impresión de que aquí la cultura del no llamar la atención, pese a lo que pueda parecer, es más fuerte. Está bien destacar un poco por alguna virtud, una habilidad o un honor, eso todo el mundo lo desea, aquí y en... Pinto, pero aquí todo se comparte y se hace en grupo o en familia. Mientras los anuncios en Europa te dicen: sé tú mismo, come tal cosa, porque a ti te gusta y tú eres especial, en China, creo que también en Japón, pero desde luego aquí mucho, la misma publicidad sería: disfruta con tu familia / amigos / compañeros del trabajao, llévalos a comer tal cosa, porque está muy buena y vas a quedar muy bien, y compartiréis un rato estupendo todos juntos. Mientras en Europa veríamos a un guapo personaje comiendo él solito, aquí veríamos a toda la oficina, guapos, menos guapos, todos juntos sonriendo y devorando el invento.


Con todo, yo creo que lo mismo que nos sentimos cómodos siendo como son los demás, sin que nadie te pueda tachar de raro, en el fondo todos tenemos un impulso natural por destacar.




La foto que acompaña aquí a mi izquierda me pareció reveladora -je, je-: he aquí la prueba incontestable de que, en la más tierna infancia, de niños repelemos la moda -y que nos peinen si no nos agrada-, lo que queremos es estar agusto con nosotros mismos, tal como somos, y es luego después la sociedad, al envolvernos, la que nos hace temerosos del terrible castigo, esa sanción social de que te digan raro en vez de admirar abiertamente lo que uno tenga de especial.




En fin, sobre todas estas instructivas y valiosas lecciones puede ponerse a darle vueltas uno tras una visita a una tienda de trapitos, que al menos a mí, como todos los sitios donde no me siento cómodo, me vuelven totalmente introvertido y me distraen en las nubes con las oh más elevadas filosofías....



Sólo quisiera añadir un comentario más sobre las modas, y es lo que me hacen pensar siempre, hasta sin quererlo yo, en las vanitas que se pintaban en otros tiempos: lo absurdo de la vanidad y del paso de la vida, de emplear el tiempo de uno en las cosas más triviales y superficiales, y descuidar en el vacío el interior de uno y de los aspectos más importantes de nuestro paso de diminutos seres fugaces por la existencia.



He aquí una imagen que, cuando la estaba tomando, me sobrecogió bastante.

Fijaos bien en esta bonita joven que, tan elegantemente, se prueba unos sombreros mirándose a un espejo. Al fondo otra chica la mira y se tapa la boca, como si la observara, y hasta parece sorprenderse. Es como si se hubiera dado cuenta de algo.



Y efectivamente, hay algo: sobre el bolso de piel de la joven, con placas metálicas como teselas relucientes, está como adorno una enorme y sonriente calabera, casi con el mismo estilo ingenuo y pueril que los gatitos de Hello, Kitty, pero presente y oscura con toda la carga de lo que ha simbolizado siempre para todos nosotros.


Supongo que es una dulcificación chinesca del viejo símbolo pirata y diabólico, ahora que está tan de moda también vestirse con algún accesorio de chica dura, de camionera, de motorista, de soldado, aunque luego tenga sus adornos de brillantes o su toque infantil.

Vanitas, vanitatis.


Al salir de la misma tienda, me encontré con dos personajes que no hicieron más que seguir recordándome la misma idea. Dos mujeres mayores, tal vez una madre de la otra, acicaladas hasta el ridículo -para mis ojos-, y pretendiendo elegancia, buscaban entre el tráfico impasible, indiferente, un taxi para las dos.


Aquí va la fotografía que les hice, y váis a decir que soy un exagerado, pero la acompaño de un cuadro que no puedo evitar recordar ante una escena como esa.



Se trata de Las Viejas o El Tiempo, un lienzo de doble título que, como se adivina fácilmente para quien no lo conozca, fue pintado por Goya en uno de esos momentos de acidez española, con esa crítica tan suya que volcó una y otra vez contra las viejas vanidosas en sus Caprichos.


A este cuadro además le tengo cariño, porque lo descubrí una vez en una salla del Musée de Beaux Arts de Lille, y me trae muchos recuerdos bonitos de aquellos días.


En definitiva, como creo que diría Goya, cuánto más nos valiera ser menos coquetos por fuera y más aseados por dentro, cuidando los detalles que de verdad importan, y que piensen lo que piensen -al primer intento- los demás, que quienes bien nos conocen nos apreciarán por lo que somos de veras y no por lo que parecemos.


Aunque dice el dicho castellano que, "además de serlo, hay que parecerlo"... de manera que, posiblemente, todo dependa en realidad de lo que de veras somos y de lo que queremos ser y hacer en nuestra vida.




Así que ¡ya sabéis, muchachas de rostros tan felices en el frenesí de comprar trapitos! Si de mayores no queréis pareceros a las viejas de Goya... bueno, empezad a mirar la coquetería, y la moda, de otra manera, que siempre nos queda una esperanza y un camino por hacer, aunque no toda la gente haya pasado por allí todavía.


En Shanghai y en toda China es muy apreciado y famoso el escritor y articulista periodístico Lu Xun (1881-1936), que a mí, en mi ignorancia, me gusta llamar el "Larra chino". Aunque escribió muchas obras en la cercana ciudad de Shaoxing, que quisiera visitar un día, también fue un conocido habitante de Shanghai, así que creo que viene muy a cuento recuperar aquí estas palabras suyas:


“La esperanza es como un camino en el campo. Al principio no había camino. Luego, la gente fue llegando y caminó en la misma dirección. Y entonces apareció el camino.”

En el corazón de un castillo de la moda, vuestro amigo consiguió esta mañana, al menos, conquistar unas sonrisas, así que doy la esperanza por buena: las cosas valiosas y verdaderas de la vida siempre pueden regalársenos hasta en los lugares más grises para el espíritu. Y con esas caritas tan bonitas, la verdad, así da gusto.

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