jueves, 19 de abril de 2007

Stradivarius en China

Yang Zhang, estudiante destacado del Conservatorio de Shanghai, toca una partita de Bach en un violín Stradivari de 1730.

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¡Hola a todos! ¡Es cierto! ¡Stradivarius en China!
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Creo que es la primera vez que ocurre, o al menos la primera vez que vienen tantos, es algo inaudito en este país: casi cincuenta instrumentos originales, entre ellos un montón del siglo XVIII y bastantes del XIX, han sido reunidos en Shanghai y permanecerán aquí sólo hasta el fin de semana. Entre ellos hay dos de Antonio Stradivari, de 1692 y 1730, este segundo brillantísimo, hay también tres de la familia Guarneri, en concreto uno precioso de Guarneri del Gesu de 1741, al parecer una rareza, en perfecto estado y con un sonido muy vivo y cantor, y además hay dos Montagnana, varios Guadagnini, y un montón de instrumentos posteriores italianos, franceses, alemanes e ingleses, así como una colección de arcos franceses del siglo XIX.-
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-¿Qué significa todo esto, aparte de un baño de placeres para quien os escribe, que tanto echa de menos el acceso a la cultura y a la música que se respira en las ciudades europeas? Significa para los músicos chinos, estudiantes, profesores, constructores de violines, una oportunidad única para escuchar en vivo e incluso tocar con sus propias manos, además de reliquias históricas, algunos instrumentos de los mejores talleres que han existido en Europa. Para casi todos ellos se trata de su primera oportunidad en la vida.
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Es cierto que en la sala de conciertos He Luting, del Conservatorio de Shanghai, no parecía haber tanta gente cuando alguno de sus mejores estudiantes, premiados en concursos internacionales, se daban el gustazo de probar ante los asistentes las posibilidades de riqueza sonora que podían dar aquellos objetos de tres siglos que habían reunido a todo, pero durante varias horas siempre vi al menos a una veintena de personas.


Y es que en el mayor productor mundial de violines, especialistas en instrumentos para estudiantes (precio inmejorable y calidad suficiente, cada día más perfecta), la cultura europea, con todo lo de universal que tiene, queda, con todo, algo lejana, y hasta ahora nadie, que yo sepa, se había interesado o atrevido a llevar joyas como estas a un país donde son todavía tan desconocidas.

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El mérito se lo lleva un señor muy agradable, taiwanés, que se llama Chung Dai-Ting y que al parecer tiene en Tainan (台南) una importante colección de instrumentos antiguos, que acaba de abrir una tienda en Shanghai y que ha convencido a nada menos que cinco importantes luthieres europeos para que le presten aquí sus joyas por una semana. ¿El resultado?

Hay quien alucina y se entusiasma con la experiencia, hay quien observa con algo más de aparente indiferencia, hay entre el público quien no se da cuenta de cómo está sonando en realidad lo que tiene delante, pero en general todo el mundo siente que con esta exposición habrá, como me dijo hoy un destacado profesor del conservatorio, "un antes y un después" tanto en la construcción de violines en China como en el interés de los estudiantes por los instrumentos originales (algo totalmente desconocido aquí, por no hablar de lo lejos que están de la corriente historicista por la música antigua que está renaciendo ahora en los círculos europeos).

Los luthieres extranjeros, por su parte, comentan que los chinos son tremendos, que les impresiona el talento que tienen para aprender y asimilar tantas cosas nuevas en poco tiempo, y aseguran que los próximos años darán lugar a violinistas excelentes y virtuosísimos que alcanzarán fama mundial... No me extraña, con toda la presión de la competitividad china, la firmeza del sistema educativo, hasta donde sé, y sólo con pensar que, solamente en Shanghai, hay al menos 10.000 estudiantes sólo de violín en estos momentos... digamos que el interés por la música y la cultura, aunque va a su ritmo, está despegando -un ritmo de proporciones y características chinas, desde luego.-

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Eso se nota hasta en la actitud de la gente. Si hace sólo dos años, en la misma sala He Luting, me quedaba pasmado sin saber qué hacer durante un concierto de Badura-Skoda, que tocaba, ya anciano pero vibrante y limpísimo, la última sonata de Beethoven mientras a mi lado un adolescente pasaba ruidosamente las páginas de una revista y abría sin contemplaciones la protección de plástico del disco que se habría comprado en la puerta, hoy sentí en todo el mundo, jóvenes y adultos, un profundo respeto por los instrumentos y por la música.

No era para menos, entre aquellas pareces estábamos con algunos tesoros que habían visto y hecho vibrar a tantos músicos y aficionados antes de que existiéramos nosotros...

Por ejemplo, el Stradivarius de 1730 de la primera fotografía, que tocaba el estudiante shanghainés, perteneció en su día a Jenö Hubay (1858-1937), un Paganini húngaro hasta donde sé, que he podido encontrar retratado en una imagen de 1912.

Jenö Hubay, retratado junto con su Stradivarius de 1730, el día de un concierto de gala que dio en 1912.

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El estudiante Yang Zhang tocando el Stradivarius, construido en Cremona en 1730, esta tarde.

-Tanta fascinación me produce contemplar con mis propios ojos y fotografiar el mismo objeto que encontramos, ya como una antigüedad, en la imagen de Hubay que tenemos arriba, que no me pude resistir a retratarme a propósito con ese brillantísimo Stradivarius. Espero que os guste el juego que hago con las manos en la foto...

También hice lo mismo con el otro violín que pude escuchar esta tarde, el llamado "Sainton", no sé por qué, de Guarneri del Gesu, de 1741, aunque en esta ocasión más deprisa y pensando más bien que la imagen me serviría para otras cuestiones más profesionales.


El principal Guarneri, cuya familia de constructores es también una de las más importantes de la historia, llamó mucho la atención entre quienes estaban allí hoy, que lo miraron y lo examinaron por todas partes, poco antes de que otro estudiante, un joven prodigio de aire introvertido, llamado Xiang Yu, nos diera el gustazo de oírlo sonar.

A continuación el propio Chung Dai-Ting guardó el instrumento ante la admiración de todos...


Después de escuchar un poco, aproveché la escapada para visitar al profesor Hua Tianren, vicepresidente del conservatorio, que me enseñó con muchísima amabilidad y me pareció que verdadero placer un pequeño taller artesanal de fabricación de violines que tenían montado en una habitación sobre la azotea de unos de los edificios, un lugar de lo más inspirador.
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Hua, un personaje interesante que estudió en Alemania, tímido pero ágil conversador, me mostró cómo los diez alumnos matriculados en construcción de violines se habían leído todos los tratados europeos desde el clasicismo y construían todo a mano, hasta los barnices conseguidos por sus medios mediante pigmentos naturales, y trataban de imitar los métodos de construcción de Stradivari, los Guarneri, Montagnana y compañía... sin haberlos visto nunca más que en los libros ni escuchado más que por grabaciones. Os podéis imaginar lo que la exposición que os estoy contando significa para ellos...
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Aquí Hua me enseña cómo son los moldes originales para construir a partir de ellos y en el tamaño apropiado cada instrumento. Dice que él ya sabe terminar un violín que sirva para tocar de manera profesional en 250 horas, pero que los alumnos necesitan bastante más.
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Desde luego parece que le ponen bastante empeño, aunque quedó muy gracioso cuando, en medio de una conversación sobre la sonoridad y los barnices y sobre lo que les interesaba todo aquello, a uno de los alumnos más jóvenes le sonó el teléfono con una de las melodías de pop chino más machaconas...
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Con todo, si la visita al taller fue una gozada, además me tenían reservada una sorpresa. Los alumnos no sólo construyen, también tocan, como debe ser, y uno de ellos, Bu He, de etnia mongola y nativo de Hohhot (Mongolia Interior, al norte de China), se había construido un instrumento nómada típico de su región, de dos cuerdas, llamado matouqi (马头器, léase "ma-tou-chí", o instrumento de cabeza de caballo, como lo traduciría yo por mi cuenta y riesgo). Se trata de una especie de viola china de dos cuerdas, como el erhu (二胡), pero bastante más sólido y sofisticado, con guresas cuerdas de crines, mayor tamaño y una caja de resonancia con la forma que véis, que recoge la influencia de otros instrumentos árabes de Asia Central, y que Bu decoró con una preciosa cabeza de caballo y "dos peces" de inspiración occidental como bocas del cuerpo del matouqi.
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No entiendo de música mongola más allá del sentido común, pero me pareció que tocaba con gusto, con un sonido bastante limpio y de una manera muy pura. Fue toda una gozada para mí haber visitado hoy aquella clase taller tan artesanal y en contacto con la historia y con la vida, tan antigua y tan joven, tan profundamente interesante...


Al salir a la calle Fuxing Zhong Lu, que da a la parte de atrás del conservatorio, ese conjunto de edificios al que le tengo tanto cariño porque en su residencia de músicos viví, como un refugiado oculto entre los estudiantes, mis primeros días de descubrimiento de esta ciudad inmensa, todo parecía impregnado de una armonía intangible pero claramente existente.

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Tal vez soy sólo yo, pero "Shanghai está llena de cosas interesantísimas por descubrir", me había dicho cómplice y alegremente el profesor Hua cuando nos despedíamos. Efectivamente, pensé, cada cual avanza por la vida cargado de sus propias pasiones, pesares y cosas, cada uno con su historia, sus circunstancias y sus sueños, pero en ocasiones se intuye en lo que existe como una sensación poética, tan vaporosa e imprecisa como evidente e intensa, que da la sensación de que todo esté entretejido en una relación cuya perspectiva total se nos escapa... es inabarcable como la buena música, como las buenas construcciones y los buenos instrumentos, tan perfectos que no entendemos del todo cómo fuimos capaces de llegar a hacerlos. Y, sin embargo, queriendo avanzar y avanzado, ¡llegamos!
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