miércoles, 11 de abril de 2007

La ciudad en taxi y el episodio de Neruda


Hola a todos; hoy, para los que tengáis curiosidad sobre detalles de la vida por aquí, voy a hablar de taxis. En esta ocasión, para quien le apetezca, habrá lectura para un rato.


La ciudad recorrida en taxi tiene a veces en Shanghai el encanto de los trenes. En esta ciudad inmensa, con cerca de cien kilómetros de diámetro y seguramente más de 20 millones de habitantes, el taxi es un medio bastante barato y accesible para muchos shanghaineses -hasta el punto de que es casi imposible conseguir uno cuando llueve o en horas punta-, y se concibe como un brazo del transporte público. Salvo en las multitudinarias horas punta, que ya empiezan a extender sus alas hasta tocarse casi cada una con la siguiente, el tren suburbano es ideal si une dos puntos que nos queden cerca, pero aún no abarca tanto como el metro de ciudades europeas, ya que apenas cuenta con cuatro líneas. Eso sí, se están construyendo nueve a la vez, y en los próximos años va a haber aquí más vagones de metro que en toda la Renfe (es literal, lo dijo un experto hace unos días). El autobús y el trolebús, por su parte, es un medio algo más sucio -por el polvo de los carburantes, que entra por todas partes- y a menudo bastante lento, pero aunque suele ser incómodo, por eso y porque no es fácil ir sentado, a veces es la forma más barata y directa de moverse por la ciudad (claro que para eso hay que conocer bien las líneas, y son cientos). Aunque si no tiene miedo a mancharse uno manos y pulmones de emisiones contaminantes, y se conoce el funcionamiento del endiablado tráfico local como para atraverse, la mejor manera de comprender la ciudad es en bicicleta, como esta heroína de la corriente humana que se me apareció esta tarde, decidida y preciosa, en el cruce de 石门二路 con 北京西路.



El taxi, sin embargo, guarda en Shanghai, como digo, el encanto de los trenes, porque es como un vagón privado, que te permite contemplar cómodamente por la ventanilla cada pequeña intimidad de las calles, y además en ocasiones te permite el placer de la charla y el encuentro con el conductor, claro que eso suele provocar situaciones o bastante embarazosas o bastante divertidas cuando sólo se habla, como yo, un mandarín de supervivencia.


Hoy sin ir más lejos me tocó un taxista bastante simpático, que más allá de las preguntas típicas -de dónde eres, cuánto llevas en Shanghai, de qué trabajas, que si te gustan los toros...- no sé qué me preguntaba del carácter de los españoles, que teníamos fama de apasionados y de no sé qué más, pero que seguro que no éramos de tan buen corazón como los shanghaineses (a veces tan encantadores, curiosos y cosmopolitas, otras desconfiados e hipócritas, pero muy a menudo amabilísimos y atentos con los extranjeros). Todo vino porque le dije mi dirección en dialecto shanghainés, que es mucho más fácil de pronunciar para los españoles, o para mí por lo menos, y ahí empezó la encuesta que me hizo el hombre el resto del camino.


En una ocasión me ocurrió una cosa preciosa. Después de hacer de huésped y cenar con un conocido que visitaba Shanghai, cogí un taxi cerca del Bund (prefiero llamarlo el Waitan, 外滩, el viejo malecón, hoy paseo marítimo en el meandro más famoso de la orilla oeste del río Huangpu) . De camino a casa, le conduje por un atajo y le pedí al conductor que me dejara junto a una cabina que entonces todavía había en mi calle. En ese momento el taxista se dio cuenta de que, días atrás, ya había hecho exactamente lo mismo: dos semanas antes, yo había cogido el mismo vehículo, también por la noche y con el mismo conductor, y le había pedido ir a casa pasando por debajo del mismo puente y parando al lado de la misma cabina. Sólo en ese momento me reconoció y yo me di cuenta de la coincidencia. Creo recordar que había como 15.000 taxis entre todas las compañías de Shanghai, si no me falla la memoria (y alguien me decía que faltaban como 10.000, si recuerdo bien), de manera que cuando el taxista paró, se volvió sonriente y me dijo que eso tenía que significar algo especial, que estamos unidos por el destino. Me ofreció un cigarrillo Chung Hwa (中华) -que rechacé y comprendió, claro- y me empezó a contar su vida, que tenía un hijo, dónde vivía, y me preguntó por la mía, si estaba casado, de dónde era, y todas esas cosas de las conversaciones chinas de ascensor, pero con verdadero interés. A pesar de lo que tardaba yo en expresar ideas más complejas con mi limitado vocabulario, estuvimos como media hora hablando -¿。。。no sería precisamente culpa mía?-, y todavía guardo su tarjeta por si algún día necesito contratar un chófer privado.


Con esto quiero contar que los chinos uno por uno suelen ser gente encantadora, a menudo más pura que los europeos (no es que sean más ingenuos, sino más puros, casi más infantiles, más de campo, como creo que éramos nosotros mismos hace pocas generaciones), aunque en masa llegan a ser apabullantes y, en ocasiones, irritantes hasta para sus propios compatriotas.


La ciudad es hostil, miles de vehículos con motor, peatones y bicicletas se cruzan en un tráfico que sólo a veces se encauza en las normas internacionales, y que casi siempre sigue el principio natural de fluir como el agua, de nunca detenerse nadie y encontrar su camino entre los huecos que deja el resto. A menudo me parece fascinante con qué precisión funciona todo, partiendo de una regla muy sencilla para todo el que se desplaza por sus calles: nunca te detengas.


Xujiahui, esta tarde.

Tanta pericia hay que tener para manejarse con agilidad por esta marea maquinal y humana, y para conocer la geografía siempre cambiante de esta ciudad en constante reinvención de sí misma, donde las calles y los edificios aparecen y desaparecen y cambian de nombre, que los taxistas, como los hoteles, se califican por estrellas, que aparecen en la tarjeta de identificación de su licencia, junto a su fotografía: no tener estrellas viene a significar que te está llevando un novato; una estrella indica cierta veteranía; dos, bastante experiencia; tres, que te lleva un verdadero lobo de las calles; y cuatro, como sólo recuerdo haber encontrado una vez... supongo que lo mejor de lo mejor. El hombre de cuatro estrellas que recuerdo era amable en su taxi azul, rápido, prudente y buen conversador, aunque -iba acompañado- me dijeron que era un shanghainés que hablaba el shanghaihua sin acento de Shanghai. Un tipo especial.


Claro que hay de todo. Una vez que vino un gran amigo nos quisieron timar con un precio exagerado, aunque no nos dejamos, y hace unas semanas salió en la prensa de la ciudad el abuso que le hicieron a un noruego, que nada más salir del aeropuerto, a 40 kilómetros de la ciudad, cogió un taxi para ir a su hotel, y le cobraron más de mil euros por el servicio, cuando el viaje puede costar unos 15 como mucho, algo más por la noche. Días después, cuando se supo todo, localizaron al taxista, lo expulsaron y la compañía devolvió al noruego todo su dinero.

* * *

Supongo que hay gente para todo y que siempre ha sido así. Hace algunas noches encontré en las memorias de Neruda un episodio que os voy a copiar ahora, de cuando siendo más joven que yo, allá por 1927, fue nombrado cónsul general de Chile en Rangún (hoy Birmania), y el buen hombre, acompañado por su amigo Álvaro Hinojosa, tuvo que hacer el viaje en barco y en tercera, vía Madrid, París, etc., hasta dar el rodeo, supongo que por las comunicaciones de la época, de pasar por China y por Japón, y de su breve estancia de una noche en Shanghai, cuando utilizó los taxis de la época, esos carritos individuales tirados a mano por el propio carretero, que en la concesión británica llamaban rickshaws, cuenta que le ocurrió lo siguiente.
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido (1974).
"Viaje al Oriente"].
"Lo importante era ver qué pasaba en Shanghai por la noche. Las ciudades de mala reputación atraen como mujeres venenosas. Shanghai abría su boca nocturna para nosotros dos, provincianos del mundo, pasajeros de tercera clase con poco dinero y con una curiosidad triste".
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
Rickshaw en la Conchinchina francesa, a principios del siglo XX.

Después de visitar los grandes cabarets de la época, que creo que estaban entre lo que es ahora el principio de 南京东路 y la Plaza del Pueblo, que en la época albergaba, entre un bosque de vecindarios de casas bajas, la inmensa planicie del hipódromo británico, y que Neruda y su amigo encontraron medio vacíos, y donde las prostitutas rusas les pedían que les invitaran a tomar champaña, de manera que "así recorrimos seis o siete de los sitios de perdición donde lo único que se perdía era nuestro tiempo", los dos chilenos, desorientados, debieron tratar de buscar entre las callejuelas dónde estaba el Waitan, la "playa de los extranjeros" donde supongo que habría atracado el buque que después los llevaría a Japón.


Continúa contando Neruda un episodio que me hace pensar que los shanghaineses entre los que vivo son los mismos que entonces, gente de la tierra, amables, elegantes y puros hasta los ladrones.

"Era tarde para regresar al barco que habíamos dejado muy distante, detrás de las entrecruzadas callejuelas del puerto. Tomamos un ricksha para cada uno. Nosotros no estábamos acostumbrados a ese transporte de caballos humanos. Aquellos chinos de 1928 trotaban, tirando sin descansar del carrito, durante largas distancias.
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
Como había empezado a llover y se acentuaba la lluvia, nuestros rickshamen detuvieron con delicadeza sus carruajes. Taparon cuidadosamente con una tela impermeale las delanteras de los rickshas para que ni una gota salpicara nuestras narices extranjeras.
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
"Qué raza tan fina y cuidadosa. No en balde transcurrieron dos mil años de cultura", pensábamos Álvaro y yo, cada uno en su asiento rodante. (...).
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
De repente se detuvo mi ricksha. El conductor desató con destreza la tela que me protegía de la lluvia. No había ni sombra de barco en aquel suburbio despoblado. La otra ricksha estaba parada a mi lado y Álvaro se bajó desconcertado de su asiento.
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
-Money! Money! -repetían con voz tranquila los siete u ocho chinos que nos rodeaban.
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
Mi amigo esbozó el ademán de buscarse un arma en el bolsillo del pantalón, y eso bastó para que ambos recibiéramos un golpe en la nuca. Yo caí de espaldas, pero los chinos me tomaron la cabeza en el aire para impedir el encontronazo, y con suavidad me dejaron tendido sobre la tierra mojada. Hurgaron con celeridad en mis bolsillos, en mi camisa, en mi sombrero, en mis zapatos, en mis calcetines y en mi corbata, derrochando una destreza de malabaristas. No dejaron un centímetro de ropa sin trajinar, ni un céntimo del único y poco dinero que teníamos. Eso sí, con la gentileza tradicional de los ladrones de Shanghai, respetaron religiosamente nuestros papeles y nuestros pasaportes.
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
Cuando quedamos solos caminamos hacia las luces que se divisaban en la distancia. Encontramos pronto centenares de chinos nocturnos pero honrados. Ninguno sabía francés, ni inglés, ni español, pero todos quisieron ayudarnos a salir de nuestro desamparo y nos guiaron de cualquier modo hasta nuestro suspirado, paradisíaco camarote de tercera".
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
Pablo NERUDA. Confieso que he vivido (1974).
"Viaje al Oriente".
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
[En: Pablo NERUDA. Confieso que he vivido
La moraleja es que estoy convencido, amigos, de que vivo entre los hijos de los mismos shanghaineses, de nacimiento o de adopción -como empiezo a ser yo mismo-, pero entre la misma gente en todo, capaz, en su ternura, en su pureza humana, de hacer las mismas cosas, para mal y, como buenos vecinos, muy a menudo también para bien.

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