miércoles, 25 de abril de 2007

Luces de la ciudad

Lujiazui visto desde el Waitan, el pasado jueves 19 por la tarde.

¡Hola a todos!

Cómo pasa el tiempo, cómo pasan los días, un poco de trabajo que se acumule de más, y las fechas vuelan sin que le quede a uno apenas tiempo para uno mismo. Ni para vosotros. Hay que estar vacunado contra las agendas para limpiarse con la noche de todo su veneno con que nos envuelven. Así que me doy por fin un respiro antes de acostarme, para enviaros algunas de las imágenes más bonitas que me ha dado Shanghai en los últimos días.

Esta Perla de Oriente es una ciudad maravillosa, es una chica guapa de metrópoli en sí misma, sólo que entre la humedad, la neblina y la persistente contaminación, en ocasiones se afea, se esconde, se marchita, se vuelve casi irrespirable (aunque la polución tiene la ironía de que llega a dar también atardeceres bellísimos).

Una vez oí decir de Chicago, que aunque Shanghai sea la Nueva York de China, siempre me imaginé Chicago como la Shanghai de los Estados Unidos... decía el dicho popular de la ciudad americana: "si no te gusta el tiempo de Chicago... espera una hora". Aquí en Villamar no es que sea la cosa para tanto, pero poco le falta, y con esperar medio día el tiempo puede haber dado la vuelta un par de veces.

Desde la última ocasión en que hablamos ha llovido en distintos turnos, y luego hizo un sol limpísimo como pocas veces, resplandeciente y de aire fresco y cielo azul azul azul. La ciudad se pone preciosa en esas ocasiones, descubres que los grises edificios de cristales tienen aristas brillantes, y un volumen y una belleza física y tangible, en sus reflejos y en sus hipnóticas formas, de una arquitectura tan extravagante como futurista y orgullosa, que te das cuenta de que no sólo es una ciudad bonita de noche, con su feminísimo maquillaje de neones y diodos, sino que las luces naturales de la ciudad le dan una presencia maravillosa. Es como si de verlo todo en una neblina sucia y gris, que tiende a aplanar toda perspectiva y la deja casi en dos dimensiones, con un horizonte difuso y feo, de pronto descubrieras que la realidad tiene una medida más, tres dimensiones, con muchísima energía y además bajo un sol brillante.

Lo que descubre uno entonces es que Shanghai está llena de sorpresas y de detalles desconocidos, y de que las luces de la ciudad son incluso más maravillosas antes de caer la noche...


Las dos fotografías que os muestro ahora son la prueba de este amor entre la luz y la ciudad que, a pesar de todas las industrias, traspasa los días y, cuando ha llovido lo suficiente, permite que el milagro se produzca y que se besen, con dulzura y maravilla, el cielo natural y omnipotente y el inmenso meandro, acicalado y femenino, de este vasto hormiguero de hombres entre los que vivo.

Como véis, poco antes de ponerse el sol, los reflejos de la luz tienen la inclinación perfecta para que no sólo se vayan iluminando, por orden, todas las bolitas de cristal rosa de la torre de televisión -y mirador, la más alta de Asia- Perla de Oriente, que véis en el futurista distrito financiero de Lujiazui (陆家嘴) a la izquierda, en la primera foto (es ya Pudong, 浦东,la orilla este del río, como sabéis). Además el sol llega tan perfecto que el azul y el dorado de varios edificios emblemáticos se refleja en las aguas del río Huangpu (黄浦江), y el resultado es tan sutil y de una poesía que no se puede recoger con palabras... Me encantó que estuviera ahí esa pareja de la imagen de arriba, es la metáfora perfecta, es la luz desnuda de Shanghai cuando está limpia. Deslumbra y enamora.

Con todo, minutos después de la iluminación, cosas del tiempo, cayó el atardecer y, entre el surco de las barcazas y la sirena de los buques a lo lejos, con él vino la noche.

A pesar de todo lo que os acabo de contar, y de lo maravillosa que descubre uno a Shanghai en los días que vienen después de la lluvia, lo más habitual es encontrarla cargada y polvorienta, sucia de emisiones carbónicas, cansada, gris, neblinosa y en ocasiones irrespirable. Así ocurrió por ejemplo este fin de semana, pero por suerte ayer mismo volvió a llover fuerte y hoy el aire volvía a estar limpio. Veremos mañana.

Casi todas las ciudades tienen un encanto especial cuando llueve. Esta, a pesar de lo que acabo de contar, y de lo maravillosa que la descubre uno cuando está desnudada por la lluvia, no sólo es un ejemplo clarísimo y seductor, sino que sean cuales sean las condiciones del cielo, casi todo el mundo que la visita coincide en que cuando se vuelve espectacular es por la noche.

En Europa no estamos acostumbrados al derroche de luces, neones, focos y millones de diodos intermitentes y coloridos con que se adornan y se prestigian los edificios más orgullosos de China. Es así, y en la medida en que las arcas lo permitan, diría que en casi todas las arcas del país. Allí donde haya un restaurante o un hotel, o un club de picos pardos con ciertos aires de distinción, no faltarán los letreros luminosos ni los miles de diodos. (El año pasado llegué a comprobar que hasta las carreteras de Luoyang, la milenaria capital imperial, hoy una ciudad provinciana encajada en la provincia de Henan, pretendían iluminarse con deslumbrantes paneles de color rojo en los costados, y hasta habían elevado una antena iluminada que recordaba vagamente a la Perla de Oriente del Pudong shanghainés... pero con todo, si hay una ciudad rica, orgullosa y luminosa por la noche en este país, ni tuvo ni tiene rival la Shanghai heredera de sus míticos años treinta de mujer fatal y lugar de perdición).

En la Plaza del Pueblo, al borde de donde los ingleses erigían la inmensa explanada colonial para su hipódromo británico, se veía así el domingo, bajo la lluvia y recién caída la noche, la torre Shimao que ya conocéis, 66 plantas y dos cuernecitos para este eficio-cabra de cristal que es sin duda el más alto de todo Puxi, mi lado del río, el centro histórico, al oeste del Huangpu.


Mirando hacia mi derecha, se llega hacia la que llaman nada menos que la Plaza del Mañana (明天广场), donde se erige el imponente edificio del mismo nombre, Tomorrow Plaza, en inglés, que alberga no sólo el hotel Marriott sino esa enorme e inolvidable silueta que habéis visto en bastantes ocasiones desde mi ventana.


Es muy curioso este edificio porque, con su punta de diamante y la esfera que contiene en el centro, en el techo, pretende representar un dragón con su perla, pero muchos susceptibles chinos, como la torre fue construida con capital japonés, se empeñaron en ver en él un "puñal que atraviesa el corazón de China" (!) y por lo visto montaron una polémica que oí que casi paraliza el proyecto, que se inauguró pocos meses antes de que yo empezara a vivir en el barrio.

Os pongo también esta fotografía, en la que se perciben los verdes y reconocibles anuncios de refresco que recorren toda Nanjing Dong Lu (南京东路) hasta llegar al Waitan (外滩), porque el domingo me reuní en esa torre con una artista en el lujosísimo recibidor del hotel, que se encuentra nada menos que en el piso 38 de esta mole, que tiene creo que 56, si no me falla la memoria.

Desde allá en lo alto, con piano de media cola y de estudiante en vivo, y dado que todavía veo complicado lo de darme el gusto de recorrer mi ciudad amada en helicóptero por la noche, me pude regalar unos momentos de contemplar desde arriba esa inmensidad tantísimas veces recorrida que es la Plaza del Pueblo (人民广场).


Se trata de un lugar inmenso, del que sólo os muestro una mitad. La zona era un circuito baldío para carreras de caballos hasta 1956, cuando los comunistas se hartaron del capricho británico y alzaron allí la Plaza del Pueblo, que no empezó a tomar el esplendor de hoy hasta finales de los años ochenta.

En primer plano, cortado, está el Gran Teatro de Shanghai, un frutero futurista y enorme construido en los noventa, donde se celebra entre otras cosas, en junio, la gala del Festival Internacional de Cine de Shanghai.

El edificio grande y blanco que brilla a la izquierda es el Ayuntamiento, con la forma típica, entre funcionarial y majestuosa, que tienen todos los ayuntamientos que he visto en el este de China, que parecen sacados del mismo molde, aunque diría que algo más pequeñitos que este.

El edificio redondo que véis en medio, y que imita la estructura de un pote de bronce antiquísimo que guarda dentro, es el Museo de Shanghai, dicen que el museo de arte chino con las mejores y más completas colecciones del país. Es estupendo, del bronce antiguo a cerámicas de todas las dinastías, de la caligrafía a las máscaras de madera más fascinantes que he podido ver por aquí. Y es que ya sólo verlo por fuera es como contemplar una obra de arte.


Frente a él véis un parque con unas fuentes... Por ahí cerca está el Parque del Pueblo (人民公园), una pequeña delicia de paz en el corazón de la ciudad, aunque no sale en la foto. En la zona que véis se suelen juntar niños, parejas, ancianitos, palomas y muchos aficionados a las cometas. Es un bonito lugar para pasear.

Algo más allá del museo se ve otro edificio pequeño, justo antes de las pantallas de televisión gigantes de los rascacielos del fondo. Se trata del Auditorio de Música de Shanghai (上海音乐厅), que en los años treinta era el mejor cine de la ciudad (incluso vi una foto de la época con los carteles anunciando la película Tarzán), y que ahora es el auditorio, un edificio precioso que, oh curiosidad, hace pocos años fue trasladado hacia el este, hacia el fondo de la foto, unos sesenta metros, para permitir construir la carretera elevada que véis, que tiene una de las mejores vistas de la ciudad (sobre todo al llegar al Waitan, donde hace una curva paralela al río, a los rascacielos y a los edificios coloniales, que hasta los coches ralentizan para contemplarlo y hacer fotos; sale en una toma inolvidable de la película Balzac y la joven costurera china). ¿Que cómo lo trasladaron? Lo elevaron en el aire con una grúa y lo movieron lentamente durante meses, hasta dejarlo en su posición actual. Si os contara la locura que se ha llegado a proponer con esa tecnología alucianríais...

Sin embargo por hoy se me hace tarde y la noche ya ha caído densa con su cuarto de luna. Me acuesto con el sabor en el ánimo de haberos enseñado con cariño el secreto más bello de mi ciudad amada, que es como darle un beso a una mujer especial que nos dejase verla a solas presumiendo con el traje que mejor le sienta: a mi Shanghai, las luces.

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